Inaugurada en la primavera de 2009, la Fuente de Dubai (Dubai Fountain) es uno de los espectáculos más atractivos que ofrece la ciudad del Emirato. Instalada en un lugar privilegiado, el lago del rascacielos Burj Dubai, la Dubai Fountain fue diseñada por los mismos ingenieros que las famosas fuentes del Hotel Bellagio en Las Vegas, pero a gran escala: en sus 275 metros se reparten 6.600 focos y 50 proyectores para iluminar el agua al ritmo de la música de Sarah Brightman y Andrea Bocelli. Una atracción para disfrutar con los cinco sentidos.
sábado, 14 de noviembre de 2009
jueves, 12 de noviembre de 2009
martes, 3 de noviembre de 2009
La disciplina se aplica sola, cuando existe la autoridad
Santiago Abascal.
La vida familiar es, en parte como la vida pública. Hay golpes de fuerza que son muestras de debilidad. Un padre no puede tener autoridad un martes y darle vacaciones el resto de la semana.
Muchos asuntos aparentemente inextricables de la vida pública tienen fácil comprensión si descendemos nuestra mirada a la vida doméstica, a las pequeñas y nucleares vivencias familiares. Así, hay quienes explican la macroeconomía con argumentos de andar por casa, pero apabullantes. En un hogar, por ejemplo, no se puede gastar más de lo ingresan sus miembros, y si se hace sistemáticamente la ruina será una meta cierta. Igual vale para el Estado.
Son múltiples los ejemplos de las vivencias cotidianas que nos valdrían para conducirnos en la organización más compleja de los grandes grupos, en la vida pública. Sobre conceptos tan ligados a la existencia del Estado y de las personas que lo encarnan, como el liderazgo, la autoridad, el orden, la disciplina, y la libertad, también encontramos un pozo de sabiduría en la organización familiar.
Un padre no obtiene la autoridad por inspiración divina, la logra con su esfuerzo, con la toma de decisiones previsibles, con el ejemplo, con el reconocimiento de los errores, y con la justicia de los castigos. Un padre no hace gestos de autoridad un martes, si el resto de los días de la semana, ausente, no toma decisiones y deja que todos sus vástagos se le suban a las barbas. Porque en un hogar, los hijos ejercen la autodisciplina cuando la autoridad es perenne, y no "guadianesca".
Un padre no puede imponer unas normas que no cumple, y sus hijos han de saber lo que piensa de las cosas. No puede permitir que en cada cuarto de la casa existan unas normas diferentes, ni que cada cual ize la bandera pirata o anarquista en su dormitorio.
Pero sobre todo, un padre no puede caer en la arbitrariedad frente a sus hijos, que son radicalmente iguales, recastigando a uno porque no comprende un castigo, y obviando el comportamiento de un hijo que cruelmente insulta a un hermano. Un padre no puede inventarse las normas según sople el viento.
Un padre no puede proclamar las normas que le dictan sus hijos, ni imponer a uno de sus vástagos la sanción que otro hijo le exige. Un padre no puede reprender de distinta manera iguales comportamientos. Un padre no puede ser implacable con un "pero", e indulgente con el hijo que le roba la cartera al vecino, o el billete de cincuenta euros de la mesilla de su madre.
Porque un padre, o una madre, han de ser también unos líderes en su ámbito familiar. También en esto, en la vida familiar, en las pequeñas cosas, pueden encontrar la fuente del conocimiento quienes dirigen o aspiran a dirigir la vida pública de las organizaciones o de las naciones.
El padre que no se conduce por los terrenos del liderazgo, de la autoridad moral que nace del ejemplo, de las decisiones justas alejadas de toda arbitrariedad, deja de ser un padre para convertirse en un odioso ogro. Lo mismo le ocurre al hombre de Estado, que sin liderazgo, sin autoridad, y preñado de arbitrariedad, da puñetazos de autoridad un día proclamando a los cuatro vientos su impotencia y su debilidad.
La vida familiar es, en parte como la vida pública. Hay golpes de fuerza que son muestras de debilidad. Un padre no puede tener autoridad un martes y darle vacaciones el resto de la semana.
Muchos asuntos aparentemente inextricables de la vida pública tienen fácil comprensión si descendemos nuestra mirada a la vida doméstica, a las pequeñas y nucleares vivencias familiares. Así, hay quienes explican la macroeconomía con argumentos de andar por casa, pero apabullantes. En un hogar, por ejemplo, no se puede gastar más de lo ingresan sus miembros, y si se hace sistemáticamente la ruina será una meta cierta. Igual vale para el Estado.
Son múltiples los ejemplos de las vivencias cotidianas que nos valdrían para conducirnos en la organización más compleja de los grandes grupos, en la vida pública. Sobre conceptos tan ligados a la existencia del Estado y de las personas que lo encarnan, como el liderazgo, la autoridad, el orden, la disciplina, y la libertad, también encontramos un pozo de sabiduría en la organización familiar.
Un padre no obtiene la autoridad por inspiración divina, la logra con su esfuerzo, con la toma de decisiones previsibles, con el ejemplo, con el reconocimiento de los errores, y con la justicia de los castigos. Un padre no hace gestos de autoridad un martes, si el resto de los días de la semana, ausente, no toma decisiones y deja que todos sus vástagos se le suban a las barbas. Porque en un hogar, los hijos ejercen la autodisciplina cuando la autoridad es perenne, y no "guadianesca".
Un padre no puede imponer unas normas que no cumple, y sus hijos han de saber lo que piensa de las cosas. No puede permitir que en cada cuarto de la casa existan unas normas diferentes, ni que cada cual ize la bandera pirata o anarquista en su dormitorio.
Pero sobre todo, un padre no puede caer en la arbitrariedad frente a sus hijos, que son radicalmente iguales, recastigando a uno porque no comprende un castigo, y obviando el comportamiento de un hijo que cruelmente insulta a un hermano. Un padre no puede inventarse las normas según sople el viento.
Un padre no puede proclamar las normas que le dictan sus hijos, ni imponer a uno de sus vástagos la sanción que otro hijo le exige. Un padre no puede reprender de distinta manera iguales comportamientos. Un padre no puede ser implacable con un "pero", e indulgente con el hijo que le roba la cartera al vecino, o el billete de cincuenta euros de la mesilla de su madre.
Porque un padre, o una madre, han de ser también unos líderes en su ámbito familiar. También en esto, en la vida familiar, en las pequeñas cosas, pueden encontrar la fuente del conocimiento quienes dirigen o aspiran a dirigir la vida pública de las organizaciones o de las naciones.
El padre que no se conduce por los terrenos del liderazgo, de la autoridad moral que nace del ejemplo, de las decisiones justas alejadas de toda arbitrariedad, deja de ser un padre para convertirse en un odioso ogro. Lo mismo le ocurre al hombre de Estado, que sin liderazgo, sin autoridad, y preñado de arbitrariedad, da puñetazos de autoridad un día proclamando a los cuatro vientos su impotencia y su debilidad.
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