PALABRAS. A estas alturas, ya no sorprende que los mismos que siempre han despreciado el legado de Jesucristo ahora se vistan de corderitos para aplaudir al Papa Francisco.

Comunistas y socialistas llevan más de un siglo intentando borrar todo rastro de lo que representa Cristo: amor verdadero, dignidad de la vida, responsabilidad personal. En ESPAÑA lo intentaron, entre 1931 y 1936, cuando arrasaron iglesias, asesinaron sacerdotes, obispos, monjas, fieles cristianos y quisieron enterrar la fe a base de odio y sangre. Hoy lo hacen de forma más fina, disfrazados de modernidad, de progreso, de “derechos”, pero el propósito y la finalidad son los mismos: destruir desde dentro lo que no pudieron aplastar de golpe.

Ahora, eso sí, se apuntan al homenaje del Papa Francisco como si fueran los más devotos. Eso sí que es cinismo puro. Se agarran a lo que les conviene, el discurso a favor de los inmigrantes o de los pobres, y se olvidan aposta de que Francisco también defendió a los más débiles de todos: los niños no nacidos, los ancianos enfermos, los descartados de esta sociedad utilitarista que ellos mismos promueven. Aplauden lo que pueden manipular y callan lo que les incomoda.

Es el viejo truco: transformar el catolicismo en una ONG progresista que bendiga su ingeniería social. Pero lo que no entienden es que la fe no cambia según sus caprichos, ni se arrodilla ante modas pasajeras. Jesucristo sigue siendo la piedra en el zapato de todos los que sueñan con un mundo sin Dios, por más que se disfracen de admiradores ocasionales.

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