19 de diciembre de 2008.- La mayor crisis financiera de los últimos 80 años estalló en julio de 2007 cuando los bancos perdieron la confianza entre sí y dejaron de prestarse dinero. El mundo financiero se había convertido en una gigantesca timba de póker en la que los banqueros se miraban los unos a los otros intentando adivinar quién iba de farol 'suprime'. Un año después, cuando tocó mostrar las cartas, se supo que casi todos las tenían marcadas, que muy pocos respetaban las reglas del juego aprovechando que el croupier estaba amordazado por mor de la desregulación. Sin confianza no hay sistema financiero y el pagano del tongo fue el ciudadano de a pie, anestesiado por la borrachera de crédito y asfixiado, de repente, por la falta del mismo.
La semana pasada nos enteramos de que, no sólo la clase media está con taquicardias, sino de que incluso los mismísimos jugadores de la partida amañada también han sido engañados por el gestor en quien confiaban: Bernard Madoff. ¿Qué arma había utilizado el broker infalible para que confiaran en él quienes saben que, en esto del dinero, lo mejor es no fiarte de nadie? La familia, don Vito.
Madoff empleaba a sus dos hijos, ambos socios y gestores del Nasdaq, para forjarse una imagen de hombre respetable, conservador incluso. Nadie podía pensar que iba a corromper con cieno la sangre de su sangre. Así se ganó la fe ciega de su socio Walter Noel, que a su vez convirtió a los maridos de cuatro de sus cinco hijas en los comerciales de los productos que vendía Madoff por todo el mundo. En España se situó el yerno Andrés Piedrahita, que a su vez empleó a Fernando de Córdova de Hohenlohe. En Ginebra contactó con Michael de Picciotto, sobrino de Edgar de Picciotto, uno de los grandes de la banca privada suiza. De Picciotto junior declaró en 1997 al Financial Times: "Existe una verdadera elite, y después están los demás. Para la elite de la industria de los 'hedge funds' nosotros somos uno de los pocos compañeros de viaje". Respecto a la inversión de determinados activos añadió: "¿Por qué deberíamos cocinar nosotros mismos si tenemos acceso a grandes talentos ahí fuera?". Al parecer, el chef era Madoff. El hedor insoportablemente aristocrático de este asunto no reconforta a nadie. Pero evidencia que, independientemente del color de la sangre que corra por las venas, del colegio en que te eduques y del club privado al que te inviten, nadie está a salvo de convertirse, de un día para otro, en un pardillo.
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