Todo servidor de Lucifer, sea cual sea su adscripción ideológica, sufre sudores de azufre cuando tiene delante el símbolo de la Redención universal; la señal de que Dios existe y de que hay vida eterna.
Por eso, el proyecto masónico para convertir ese lugar sagrado en un mercadillo, cambiando las imágenes religiosas y las obras de arte por cachivaches varios y chatarra barata, no es ni un capricho, ni una ocurrencia, sino el principal proyecto de su legislatura. Sánchez necesita reivindicar el pasado golpista y revolucionario de su partido, y ser visto como el Largo Caballero de nuestra época, porque de no hacerlo, sería recordado como un bulto sospechoso; el yerno de un presunto proxeneta, sin decencia, ni dignidad, ni valentía. Sánchez necesita que las paredes de Cuelgamuros muestren las mentiras izquierdistas del siglo XX que le permiten a él mandar en el XXI.
Caerá la Santa Cruz y caerá luego lo demás. Porque un pueblo que permite que se viole impunemente lo más valioso que tiene, es un pueblo destinado a padecer las mayores injusticias y aberraciones. Por no levantarnos contra lo más grave, terminaremos tragando hasta lo más indigno, hasta lo más bajo y degradante. Si nadie lo remedia, y espero equivocarme, tendremos el justo castigo a la cobardía compartida de cruzarnos de brazos mientras nos robaban lo más preciado que hemos tenido desde siempre.
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