Palabras.Cuando políticos de orientación tardo comunista, sin formación sólida ni comprensión del funcionamiento económico, asumen el poder, las consecuencias son profundas.
En lo económico, promueven medidas intervencionistas que ahogan la iniciativa privada, generan fuga de capital y talento, disparan el gasto público y deterioran la productividad. Las decisiones se toman desde el dogma, no desde la evidencia, provocando un estancamiento estructural que agrava el desempleo y la dependencia estatal.
En el plano cívico, su retórica sectaria erosiona la convivencia, alimenta el enfrentamiento social y deslegitima la meritocracia, sustituyéndola por redes clientelares. Se debilita el Estado de derecho y se desnaturalizan las instituciones en función de intereses partidistas.
Desde una perspectiva cultural, imponen un pensamiento único disfrazado de progreso, cancelan referentes tradicionales y degradan el lenguaje público, reemplazando el debate racional por consignas emotivas. La crítica se penaliza y la discrepancia se presenta como amenaza.
En lo ético, se normaliza la mentira política, se manipulan datos y se diluye la responsabilidad. Se fomenta una sociedad infantilizada, basada en derechos sin deberes, en promesas sin esfuerzo y en una moral de conveniencia. La cultura del esfuerzo y del mérito es sustituida por la del agravio y la dependencia.Su desconexión con la realidad termina siendo no solo ineficaz, sino profundamente destructiva. Cuando el dogma sustituye a la evidencia, no gobiernan los sabios, sino los hábiles, es entonces cuando la fe ciega del pueblo en promesas imposibles se convierte en el principal capital del demagogo.